Bacterias, virus y parásitos, en ocasiones logran infiltrarse en la cadena alimentaria. Entre ellos, se encuentra la fasciola, un parásito que se instala en el hígado y puede acabar ocasionando cirrosis, piedras, anemia y otros problemas hepáticos. El organismo, un gran problema en las zonas más pobres del planeta, como Bolivia -un 72% de la población padece fasciolasis, o Perú, con un 37% de los niños afectados- era prácticamente un desconocido en los países desarrollados. Hasta ahora. En Europa, su presencia está creciendo a causa del cambio climático y solo en España se han diagnosticado ya 400 casos, la mayoría en zonas húmedas, según datos del nuevo y único centro de la OMS dedicado a esta enfermedad, ubicado en Valencia.
Fasciola Hepática |
La forma en que el parásito entra en la cadena alimentaria es compleja. Primero se instala en el aparato digestivo de la vaca y pone sus huevos. De hecho, la fasciolasis causa pérdidas importantes en el ganado ovino y bovino, aunque el hecho de que haya animales afectados no implica que haya un aumento de la enfermedad en humanos. Cuando los excrementos de estos bovinos van a parar al agua, los huevos eclosionan y las larvas buscan otro huésped, el caracol de agua dulce, de donde acaban saliendo al agua para alcanzar algún vegetal acuático al que adherirse. Si se ingiere alguno de estos vegetales el parásito se instala en el hígado.
Aunque siempre se ha tratado como un problema que afecta al ganado, en los últimos 15 años se ha empezado a reconocer como problema para la salud mundial. Según la OMS, en 1990 había 2.500 casos en todo el mundo, mientras que actualmente hay unos 17 millones de personas afectadas. Se estima que más de 180 millones de personas (sobre todo niños y mujeres) viven en situación de alto riesgo de contraerla. La OMS ha decidido incluirla como prioritaria dentro de su Programa de Lucha y Control de las enfermedades tropicales olvidadas por tratarse de una de las llamadas enfermedades subdesarrollantes o depauperantes, ya que impide el desarrollo normal de los niños afectados.
La mayoría de veces no se diagnostica la presencia del parásito y acaba ocasionando enfermedades. Santiago Mas-Coma, investigador de la Universidad de Valencia y director del nuevo centro explica que, cuando entra en el cuerpo, durante un par de semanas se produce un dolor muy intenso. Se va introduciendo en la cavidad abdominal para migrar hasta el hígado. “Intervenir en este momento sería crucial”, apunta. Cuando el dolor desaparece, el episodio cae en el olvido pero el parásito ya se ha instalado para ir degradando el hígado. “Es una enfermedad larga, que va socavando la salud poco a poco, porque el parásito permanece alojado durante unos 13 años”, explica Mas-Coma. La paradoja está en que, a diferencia de otras enfermedades infecciosas, tiene tratamiento eficaz. “En los países no desarrollados no hay acceso a los tratamientos. Aquí, en España, donde los casos son pocos, el problema es que no se piensa en realizar las analíticas para detectarlo”, explica Mas-Coma. Aquí, la principal vía de transmisión es el consumo de vegetales acuáticos silvestres y que no pasan por los controles sanitarios adecuados.
“El primer consejo es no comer berros silvestres ni en sueños”, aconseja Mas-Coma. En Europa, los países donde se dan más casos son Francia, Portugal, España. Por encima de todos ellos, la antigua Unión Soviética, por ser muy común la venta ambulante de berros silvestres.
En España, los casos diagnosticados se localizan en comunidades del norte como Asturias, el País Vasco y Galicia, que es donde el caracol vector encuentra con más facilidad el medio para proliferar y la población consume mas berro silvestre. Mas-Coma explica que aunque desde hace años, la fasciolasis ha escaseado en Occidente, sí se encuentra en la mayoría de excavaciones arqueológicas. Allí está presente en los coprolitos, los excrementos fósiles de nuestros antepasados.
El aumento en la incidencia de esta zoonosis está relacionado con el cambio climático porque “sus vectores, los caracoles, son muy susceptibles a los cambios de temperatura, solo con subir un grado ya alojan más larvas”, explica Mas-Coma.
Fuente: El País